Un año más, he vuelto a
cerrar el año corriendo esta popular prueba por las calles de Madrid. De nuevo
con dorsal y esta vez, con un resultado más que sorprendente dentro de mis
limitaciones cuando se trata de usar mis piernas directamente como medio de
locomoción.
Este otoño- invierno he
corrido poco, muy poco. Desde octubre, hasta la semana pasada, tenía
contabilizadas algo así como 6 salidas. Y además, con recorridos muy cortos (de
4 a 6 km). Vamos, ideal. La verdad
que el nuevo juguetito de 2 ruedas, 20 marchas y 14 cm de suspensión ha tenido
buena parte de culpa en ello.
Por lo tanto, preparación escasa. La semana previa, salí a correr un par de
veces con resultados desastrosos, la primera acabé casi vomitando la cena de
nochebuena y la segunda llevé un ritmo digno de un caracol reumático. Total,
que tenía una motivación bastante escasa para ponerme las zapatillas de correr
el día 31.
Lo único que pensaba es que
gracias a la bici tenía un buen fondo, por lo que si no forzaba mucho el ritmo,
aguantaría sin problemas, con la sana intención de intentar hacer menos de 1
hora, para de este modo, en 2012, poder salir separado de la “masa” y correr
algo más a gusto.
Este año de nuevo me iba a
tocar correr solo. Mi hermano pequeño, enzarzado en una maraña de lesiones que
no le dejan en paz, correría con una amiga, pero saliendo con la gente de menos
de 48 minutos, es decir, en la primera oleada. Y mi otro hermano, el mayor,
correría este año sin dorsal y junto a su chica, saliendo de la parte de atrás
con intenciones de acabar la carrera tranquilamente.
El día lo lleve con mucha
relajación. Al ser sábado pude dormir bien. De comida un buen plato de pasta y a
tirar para Santiago Bernabeu, donde se da la salida de la San Silvestre Vallecana desde
hace años. Fui en coche y encontré mi primer problema: Estaba en el lado
contrario a los cajones de salida y no había forma de pasar.
Tras dar unas cuantas
vueltas, conseguí colarme junto con un par de corredores más que se habían
quedado “al otro lado de la colina”. Busco mi acceso y me encuentro una
auténtica manada humana bloqueada. Imagino que deberían estar intentando
controlar las pulseras para los cajones de salida. Y tiene pinta que debía ser
pocos, por lo que se creo la acumulación. Finalmente y haciendo uso de la
“democracia de las masas” de toda la gente que andaba empujando, esos pobres
vigilantes debieron ser arrollados. O se pone más gente o complicado controlar
la entrada de los corredores en sus cajones en una prueba tan masiva…
Curiosamente, acabo por
entrar en el de menos de 50 minutos (uno por delante del mío), no tengo muy
claro por donde me metí ni nada similar. La verdad es que la entrada fue un
tanto caótica y me sentí como una célula dentro del enorme cuerpo creado por el
conjunto de corredores sansilvestrenses.
Música, saltitos varios y un
calentamiento ligero amenizan la espera. El ambiente como siempre excelente.
Aquí me doy cuenta que a la cinta del pulsómetro como es tradición, se le va la
pinza. Y eso que es nueva, que coñazo de verdad, siempre me pasa lo mismo. Creo
que la camiseta de compresión que llevaba no le debió sentar demasiado bien, lo
delicados que son estos aparatos.